En el Camino de Santiago

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sábado, 5 de noviembre de 2016

HISTORIA DE UN EXTRACTOR, 10 MINUTOS DE PROFUNDO AMOR Y ESPONTANEIDAD A LA CARIBEÑA.

Acabo de encontrar una foto que me ha llevado a recordar una situación muy jocosa en un viaje que hice a mi país (Rep. Dominicana), en el verano del 2015. 

Agobiada del calor, en pleno agosto, ya desacostumbrada de la humedad de mi isla y un poco atareada por los pendientes y la agenda que debía agotar a lo largo mis días allí; a esto, sumado que cuando sales mucho o poco tiempo de casa y regresas (al menos en mi familia es así) es como si algunas de las tareas que dejaste pendiente las encuentras intactas; como un elogio.Te hace pensar que haces falta y aún eres útil allí, por eso se espera tu regreso, para solucionarlo. También a veces esto es usado como medio de presión, para que recuerdes que siempre debes volver. Visto esto, ya era el momento de hacer cosas por mi casa y por supuesto, también los recados de mi madre (cosa que a ella le encanta y en lo que puedo, la complazco). 

A lo que vamos, siempre me quejé discretamente de un extractor de grasas que había allí (en casa), ese extractor nunca ejerció su función y por cosas de tiempo nunca fuimos a cambiarlo... este aparato era un regalo de mi hermano pequeño. É,l muy amoroso, con su primer salario decidió hacer algo útil para mi madre y demostrar de alguna manera que el que ella le permitiera trabajar antes de cumplir la mayoría de edad (como a sus hermanas), era muy bueno para tod@s. 

Ese extractor tenia un valor especial. Por eso aunque le hayan vendido a mi hermano el extractor del que a lo mejor querían deshacerse en la tienda; nunca tuvimos coraje de desmontarlo de la cocina, y preferíamos sufrir las consecuencias del mantenimiento del área... todo en honor al detalle de mi adorado hermano

Pero gracias a Dios el tiempo pasa, y al cambiar de casa, dejamos ese allí y en la nueva decidimos que podíamos con todo el amor y respeto del mundo buscar un extractor que nos facilitara la vida haciendo la única función para la cual están creados los extractores, extraer la grasa.

Mi madre me encomendó esa labor. Así que valientemente y experimentando la misma sensación de ignorancia que debió haber experimentado mi hermano al respecto, cuando años atrás se interesó por hacer ese "agrado", me llené de coraje y fuí a la tienda a lograr mi cometido. Eso sí, planeaba hacerlo muy rápido, pues entre el calor y el tráfico no veía la hora de darme yo creo que la décimo quinta ducha del día y así poder continuar mis actividades, entre ellas, y una de las más deseadas, irme a la playita. 

Ya en la tienda, me dirijo a los aparatos eléctricos de cocina y acudo a un chico que trabajaba en el lugar. Le saludo y le digo: -Amor (según yo, por las costumbres de allí, forma cariñosa de llamar a alguien que no te sabes el nombre ni le conoces, pero allí es bien aceptado y te ayuda a suavizar el trato a futuro), a lo que este chico respondió adecuadamente: - Dime bella. -y siguió, -Wao, ¡que ojos!. -Le doy las gracias (mis ojos no entiendo que tengan algo especial, pero recordé que estaba en mi país y es normal que esos comentarios surjan de manera natural, no importa si se cumple o no). 

Le dije al chico: -Por fa, ayúdame a buscar un extractor blanco, no muy grande y que extraiga realmente la grasa. Este sonrió, y le expliqué que ya teníamos uno que no sentíamos funcionaba del todo correctamente... Me miró a la cara y me dijo: ¡Cásate conmigo!. -Le dije que Ooook y que primero me ayudara con el extractor. Me dijo que por supuesto, y preguntó que cómo lo haríamos, porque le parecía que yo no estaba viviendo allí (puede ser el agobio que sentía del calor, que era notorio, a lo mejor la forma de hablar, llevar un traje de baño puesto bajo el vestido en pleno día de semana, o no lo sé, también uno va perdiendo arraigo o ritmo lingüístico con el tiempo...) le dije que yo vendría, o que él puede ir (nunca le mencioné dónde y tampoco hizo falta... las rutas están hechas supongo). Me dijo que Ok. entonces me entregó un papel y me acompañó hasta una fila de la caja para ir a pagar. Allí me dijo que en cuanto saldara me entregarían el aparato ya empacado y se despidió con un apretón de manos. Me dijo que yo era muy bonita, que me cuide mientras tanto y que no le olvide. Le dije que Ok, asentí con la cabeza y sonreí. 

Al llegar mi turno con la cajera, le pasé el papel que el chico me dió antes; la chica me miró fijamente y preguntó que quién me había vendido esto. Le dije que un chico de la tienda. Me preguntó si yo le conocía y le dije que no, que lo vi por unos 10 minutos mientras elegíamos el extractor. Ella llamó a uno de sus compañeros, le mostró el papel y los dos se rieron. Les pregunté que qué pasaba y ella me mostró el papel, del cual me hizo el favor de tomar esta foto que coloco más abajo y le he borrado el nombre del establecimiento por si las moscas. 


Por supuesto, luego de ver esto todos explotamos de risa, incluido algún cliente que estaba por allí en la fila... En ese momento realmente se me olvidó el calor, los recados, el estrés del tráfico... lo que sentí  fue mucha nostalgia de esa espontaneidad del hombre caribeño. Que no importa el trabajo que hace, no importa el ingreso o sueldo que tiene, no importa las circunstancias por las que pasa; su buena energía, su atrevimiento, sentido del humor, galantería y carisma lo mantiene. Va con él, no con sus circunstancias en general ni la labor que desempeña. Eso es parte de lo que para mi les hace especiales. Me encantó recordar esto, y a este chico (que no lo reconocería si lo veo), gracias por sacarnos unas risas y cambiarme el humor esa mañana.